La muerte de Diego Armando Maradona ha sido una gran pérdida para el mundo del fútbol. El balón hoy está de luto. Y no solo por el deportista, también por el personaje y lo que significa para el pueblo argentino. Un solo futbolista ha sido capaz de movilizar a toda una nación y al resto del mundo el día de su funeral. Ha muerto un Dios, una leyenda para millones de argentinos que lloran su perdida. Una locura colectiva.
Extrovertido personaje de una complicada existencia. Un malabarista con el balón en los pies. Y como todos los genios de la historia de la humanidad, un hombre excéntrico donde los hubiera. Supongo que a pesar de su fama, de la devoción que le manifestaban sus incondicionales y de su fortuna, su existencia no debió ser un camino de rosas.
Pero por encima de sus defectos humanos, que fueron innumerables, siempre brilló su estrella y fue proclamado por su pueblo como representante de una nación que lo elevó a los altares. Perdonándole sus pecados (como si a él le importara una puñeta que le fueran condonados). Cada cual vive y muere según sus propias reglas y él guio sus pasos hacia su muerte.
Su forma de morir y su entierro han sido un fiel reflejo de su paso por la tierra, un caos: llantos, peleas, violencia, desorden. Pero no olvidemos que hasta el mismo presidente de Argentina, Alberto Fernández, abandonó sus funciones para asistir al velatorio instalado en la mismísima Casa Rosada.
Nadie mejor que él ha representado a Argentina por el mundo con su extravagante personalidad después de haber capitaneado a la selección albiceleste, hasta coronarla Campeona del mundo en 1986 en tierras mexicanas.
El nombre de Diego Armando Maradona se escribirá con letras de oro y será recordado como un auténtico Héroe del Olimpo. Lo demás, lo material y lo racional, hoy ya no tiene importancia.
Estos honores solo están al alcance de unos pocos elegidos para formar parte de la Historia del fútbol y siempre estarán por encima de lo que los mediocres denominamos: El bien y el mal.
R. I. P. MARADONA. Y PUNTO PELOTA.
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