al
batir contra las rocas,
igual
que de los rayos del sol de agosto.
Siempre
tatareo la misma melodía
cuando
camino sobre la arena,
conocedor
del placer que me ofrece la playa.
¡Oh,
prodigio de sencillez,
contemplar
el cuerpo de bellas doncellas
reposar bajo la brisa del mar!
Miro
con disimulo y en la distancia
la
perfecta desnudez humana,
mientras
llega la música de las olas
al besar la orilla de la playa.
Y
si alguien piensa que es un acto absurdo,
será que no ha visto el espectáculo
será que no ha visto el espectáculo
de
contemplar el breve instante
en
que el oro cubre aquellos frágiles cuerpos.
Al
atardecer, la arena queda huérfana de
sol y ninfas.
Y atravieso de puntillas la playa,
sin pisar ninguna de las caprichosas formas
que
han quedado grabadas en la arena.
Pero,
no por lo que acabo de contaros,
penséis, amigos,
que desatino, porque,
¡es
bien cierto que no hay ni macho ni hembra