jueves, 1 de diciembre de 2011

CUERPOS BAÑADOS EN ORO

Huyo del salpicar de las olas
al batir contra las rocas,
igual que de los rayos del sol de agosto.

Siempre tatareo la misma melodía
cuando camino sobre la arena,
conocedor del placer que me ofrece la playa.

¡Oh, prodigio de sencillez,
contemplar el cuerpo de bellas doncellas
reposar bajo la brisa del mar!

Miro con disimulo y en la distancia
la perfecta desnudez humana,
mientras llega la música de las olas
al besar la orilla de la playa.

Y si alguien piensa que es un acto absurdo, 
será que no ha visto el espectáculo
de contemplar el breve instante
en que el oro cubre aquellos frágiles cuerpos.
Al atardecer, la arena queda huérfana de sol y ninfas.

Y atravieso de puntillas la playa,
sin pisar ninguna de las caprichosas formas
que han quedado grabadas en la arena.
Pero, no por lo que acabo de contaros,
penséis, amigos, que desatino, porque,
¡es bien cierto que no hay ni macho ni hembra
que no disfrute de contemplar tanta belleza!

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