lunes, 23 de enero de 2012

LA LLUVIA XIV

Había pasado un año de la última vez que la vi.
Sentía en mis carnes que yo no era el de antes.
No había envejecido, no, pero sí que había
madurado anticipadamente y me sentía extraño.

El tiempo y la pena habían cambiado mi forma
de pensar, mi carácter y hasta mi forma de pintar.
Había perdido mi ángel, mi inocencia,¡ y cómo no!,
también había perdido la fe en el amor.
¡Algo tan vital para seguir viviendo!

Aquella tarde, caminaba cabizbajo hacia mi casa.
Las calles estaban mojadas y la niebla oscurecía
prematuramente la soledad de la noche.
A veces, pierdo el rumbo y voy y vengo sin destino,
ensimismado, hablando solo, de cosas sin sentido.

Sigo perdido en un limbo sin remedio. Nada soy, ni nada
tengo, tan solo me queda, un gesto cansado y aburrido.
Me pesa acarrear sobre mi espalda todo el tiempo y
recuerdos con este insufrible tufillo a naftalina.

Hoy no iré al bar de Paco, no estoy para jaranas,
porque si allí parase, terminaría en algún rincón dormido
y “la Rosa” tendría que arrastrarme hasta mi casa.
Y si mañana me preguntase que qué me había sucedido,
tendría que confesarle que me estoy muriendo lentamente,
detrás de una puerta que no tiene llave.

Al llegar al portal de mi edificio, encendí un cigarrillo.
Quería ver la luz de las farolas jugando con la niebla.
Subí las escaleras sin prisas, mi edificio no tiene ascensor.
La mitad de las bombillas no funcionan, con lo que la luz
se vuelve tenue, y a esta hora de la noche, el patio
de la escalera, se convierte en un lugar algo misterioso.

Casi siempre, subiendo, cuento los escalones;
son ocho por tramo, dieciséis por piso,
cuarenta y ocho en total hasta llegar a mi rellano.
Algunos días el trayecto se hace largo, sobre todo
los días que voy ebrio y tanto si vengo solo,
como acompañado, hago un entreacto en el camino.

Fue en el segundo piso, cuarto tramo,
cuando me dispuse a descansar y apurar el cigarrillo.
Cuando de repente, oí un liguero lamento, entonces,
apresuré mis pasos hasta llegar casi al rellano de mi piso.

Alguien estaba sentado en el último escalón.
La bombilla hacía tiempo que estaba fundida
y nadie la había repuesto. Entre las sombras,
no acertaba a reconocer la cara de aquella mujer,
que entre sollozos, allí permanecía sentada, inmóvil.
Le cubría el pelo un pañuelo e iba abrigada
con una abrigo oscuro de cuero, de cuello alto....

 Colección Almas nostálgicas

EL AMOR SIEMPRE TRIUNFA

EL AMOR SIEMPRE TRIUNFA - Si me vas a dejar, mejor no me digas nada, bien puedes pegarme un tiro o darte la media vuelta sin que yo me enter...