que nos acariciábamos
cuando éramos dos adolecentes.
Ni tan solo por desnudarnos
sin importarnos el frío que hacía,
mientras iban danzando los dedos
abriendo caminos en cada poro
de nuestros jóvenes cuerpos.
Descubrimos lugares por donde
nunca más volverán a cruzar
dos caminos opuestos por donde
transitar unos inquietos dedos.
Ni volverán a bailar sobre tus pechos
un meñique y dos pulgares...
Mientras una voz ronca y estropeada
cantaba bulerías, con muy poco arte.
No, no era por no salir de casa
que nos pasábamos la tarde-noche
pasando frío jugando como dos niños.
No, no era solo por no dejarnos
de acariciar ni un solo instante.
Nos cubríamos con una
sábana de lino vieja,
donde tus ojos oscuros
alumbraban con luz de luna.
No, no era por no salir con los amigos,
era que no teníamos más amigos
que nuestras manos y nuestros labios.
¡Queríamos amarnos...y, simplemente,
jugábamos a ser amantes!
A ti, que solo Dios sabe dónde paras.
Colección Poemas sin ton ni son
