¡Ay, querida! Si te vas, llévame contigo, que si no es por amor que sea por castigo. Qué bonita era mi amada, que llegó de un mundo lejano y selectivo. Su mirada era limpia como el alba, y su sonrisa como el trigo. Su pelo negro azabache, estaba hecho de retales de noches de lunas llenas y de estrellas fugaces. Cómo eran sus halagos y sus caricias, que quedé prendado de ella, sin ver más lejos de donde miraban sus ojos negros. En sus brazos, decidió con empeño un día que yo debía de ser suyo de por vida, y en cada juego, sin más resistencia que mi pleitesía, poco a poco lo conseguía
¡Cómo no rendirme a sus encantos, que iba rozando sus labios con ternura sobre mi boca, mientras me abrazaba y me cantaba canciones de cuna! Sí, eran juegos extraños, pero divertidos. Era un abrazo, un beso, era algo eterno. Yo pedía poco, ya ves, casi nada: Una nana, unos halagos y unos pechos donde refugiarme.
Pero la vida puede volverse dura, y un día sin más desapareció mi niña. Me quedé anclado en mi monótona vida, con mis canas y mis arrugas viendo pasar los días.
¡Ay, mi niña, si volvieras llévame contigo! Que si no es por amor, que sea por castigo.
Colección: POEMAS DE TERRONES DE AZÚCAR BLANCO
