EL DIOS DE LOS CUPIDOS.
¡Oh, Dios de los Cupidos!
¿Cuántas tardes de inviernos jugamos a inventar cuentos? Se nos iba el tiempo construyendo castillos de arena en el cielo.
Un día me contaron, que no tuvo tiempo de despedirse, porque habían movilizado a su padre, un coronel del ejército. Y lloré, lloré desconsoladamente por mi niña de pelo rubio, compañera de fantásticas aventuras y de sueños imposibles, que nos ayudaban a seguir creciendo juntos.
Quedé solo, sentado sobre un banco del puerto, buscando el consuelo del mar y del viento, viendo pasar el tiempo, sin mi gran amor de ojos verdes y cálidos besos.