lunes, 24 de octubre de 2011

EPITAFIO ESCRITO ENTRE MI PADRINO Y YO

En aquel montículo habían más de mil,
todos decían que estaban muertos,
¡y bien muertos que estaban!

Sabemos que no somos eternos
y que la vida, como un péndulo,
está a la “guait” y nos avisa en cada
entierro que un nicho nos espera.

Nos duele el dolor de los demás
y nos cuesta darnos cuenta
de nuestro irreversible final.

De verdad os digo que la vida
es un espejo poco original
y al final terminas detrás de
un par de caballos,
camino del cementerio.

Cuando a la vida llegamos,
ya tenemos el billete de vuelta.
Tan solo el deseo de
unos cuantos instantes,
nos endulzan la existencia.

A la hora de ponernos dentro
del ataúd, se secan los labios,
los ojos pierden la luz, y a partir
de este mismo instante, nos alejamos,
del resto de los mortales.

Estás muerto, desde el punto
donde dejaste de respirar.
Ya nunca más dirás, ni que sí, ni que no.
Eres tan solo un cadáver
¡y ahora tienes que huir del olvido!

Allí donde estés,
serás lo que quisiste ser,
hoja y flor de un jardín,
tierra roja, brazo de mar,
viento de poniente o rayo de alba.

En aquel montículo,
a los que hemos dejado,
se vuelven polvo,
pero del oscuro agujero
el alma se aleja y su recuerdo
se mezcla con la naturaleza
y el pensamiento
de los que los queremos.

¿Cómo puede ser,
si mi padrino está muerto,
que hoy este a mi lado
escribiendo su epitafio?

A mi padrino, para que nunca muera en nuestro corazón.

Colección Almas nostálgicas

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