de un nicho florido de coronas!
El oscuro habitáculo me arrastra
hacia mi futuro eminente, y siento
la pluma helarse entre mis dedos.
El duelo pasa por delante del difunto;
las plañideras lloran desconsoladas
y la gente pasa, cabizbajo, susurrando.
La fila de caras afligidas de amigos
y familia se va perdiendo
por la puerta del cementerio,
dando por terminado el entierro.
Antes de anochecer, las puertas se cierran.
El duelo ha cumplido su propósito…
y el muerto se ha quedado solo.
Que Dios lo tenga en su gloria.
¡Descanse en paz!
¡Descanse en paz!