Desde que se ha terminado el estado de alarma, cada día amanecemos con alguna sorpresa. Y será que no estamos acostumbrados y la ponemos en cuarentena. Después de catorce meses de estrecheces, ahora tanto optimismo me confunde.
Y no digo, que no me alegre que por ejemplo, en Madrid se abra de nuevo al público el tablado flamenco; el Corral de la Morería. ¡Olé, y olé el arte! Y también, a falta de dos jornadas para que termine la liga, se van a abrir los estadios de fútbol a los aficionados. Con limitaciones. Claro. No se podrá beber, comer ni fumar.
Y yo me pregunto ¿Qué puñetera falta nos hace que nos abran ahora los campos de fútbol? A no ser que nos quieran usar como conejitos de indias. Qué bastante gente hay fuera del estadio de celebraciones, sin ningún tipo de control policial. Un desmadre.
Y luego sale el ministro de turno, que no parece haber jugado en su vida al fútbol y dice que aquí no pasa nada. Que los jugadores son unos grandes profesionales y que juegan con el mismo tesón con público que sin público. Y se queda tan pancho. Porque lo que diga un ministro va a misa y hay que creérselo a pies juntillas. ¡No te jode!
Pues para que lo sepan los iluminados: esta liga ha sido una pantomima de lo que realmente debería de ser el fútbol. Nos han dado partidos por la tele hasta en la sopa a puerta cerrada, como si fuera el opio del pueblo, recordando los viejos tiempos del Franquismo. Ha sido una tomadura de pelo, y los únicos que se han enriquecido, han sido los jugadores por pasearse por los terrenos de juego.
¿Alguien se imagina el tablado flamenco de la Morería sin público? Pues eso mismo, Sr. ministro.
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