Mi historia puede sonar a fantasía, pero os juro por el hada que yo más quiero, que mi sueño fue real, como el mejor de mis cuentos. Anduve errante entre sus cabellos en un bosque encantado de centenarios árboles, de verdes matorrales y de flores olorosas.
Así empezó el viaje a lo largo y ancho de su cuerpo, hasta dar con sus ojos de una hermosura alucinante de los colores del arco iris. Cuando, solo Dios sabe cómo, me caí al vacío, hasta agarrarme de sus labios inefables. Y allí aprendí, con el paso del tiempo, el gusto de mil sabores diferentes que tienen los besos.
Descendí, a riesgo de mi existencia, por su piel de azúcar moreno, hasta encumbrar el pezón derecho de su pecho, hecho en las cumbres cubiertas de nieve perenne.
En tanto viaje, me pilló la noche estrellada en su ombligo, de fuego y plata. Dormí como un bendito a pata suelta, cansado de tan intrépida aventura, por su cuerpo serrano, hecho a la medida de mi desvarío mental.
Desperecé de un sobresalto y tuve vértigo de las alturas, entré el mar y el cielo, en tan tupidas formas que recordaban la piel del melocotón. Miré hacia abajo y entré en estado de continuo vértigo, cayendo al espacio en un triple salto mortal. Un ángel, un ángel negro, me agarró por la cintura, salvándome de una muerte segura. En una mesa sin cubiertos, comí de invitado, los más exquisitos manjares, dignos de sultanes. Y de allí, hasta llegar al suelo, solo fue cosa de un instante. Un abrir y cerrar de ojos.
Y aquí, doy por terminado este sueño tan extraño, que incluso yo, después de escribirlo, lo pongo todo en duda. Aunque fue tan real y profundo, que nada del relato parece ser de este mundo.
Juanjo Cardona.
Colección: YO, POETA. TE ACEPTO COMO MUSA.
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