martes, 4 de julio de 2023

ELLA, MI BELLA.

— Tengo muchos miedos desconocidos de perderte cualquier día de nuestros encuentros. Miedos de despertarme y que no estés a mi lado, con este cuerpecito de hada buena. Quiero que sepas que aunque que pasen mil y una vidas, yo te seguiré amando como si fuera el primer día.

Así, de esta forma tan romántica, por la mañana, lo primero que él hizo, fue buscar sus labios. Y, con las yemas de los dedos, fue gateando sobre la sabana, de lino blanco. De esta forma tan peculiar, enamorado perdido de su bella Rita, se entretuvo jugando con su fina cintura.

Ella, se hacía la dormida, esperando como una hada, que le acariciara sus alas doradas. Y así, seguía Ramón embobado, como si estuviera viviendo en un cuento que no me pertenece.

—¿Qué es esto que se oye ahí afuera? -

— Nada, cariño, es la lluvia que golpea la ventana. Tú sigue durmiendo, que yo cuido tu sueño.

Se levantó desperezada y empezó a embellecerse delante del espejo: Se puso el collar de gemas moradas, alfileres de perlas y plata en el pelo y cinco anillos de oro por lo menos. Se pintó los labios de rojo rádiente y sus ojos del color del cielo, los envolvió de nubes blancas.

 —¿Te gusto?

— Eres un ángel caído del cielo.

 Ella se giró, luciendo su cuerpo esculpido. Él la rodeó por la cintura y la besé el ombligo. Ella sonrió con gracia y le revolvió el cabello.

— ¿Qué es lo que suena en la calle? 

— Es el viento que mueve las ramas de los árboles y golpea los cristales. 

Rita se fue vistió despacio, como si el tiempo no le importara, se vanagloriaba delante de él, de sus formas onduladas, haciendo poses delante del espejo. Mientras tanto, él, anonadado, sentado en el borde de la cama, la miraba absorbido por tanta belleza.

 ¡Era hermosa la puñetera! Y se alardeaba, paseando desnuda delante de sus narices, de un lado al otro de la habitación, cuál mariposa de coloridas alas.

— ¿Qué son estos ruidos, que se oyen ahí afuera? 

— Será una tormenta de rayos y truenos. No es para menos, Después de tanta pasión nocturna. Ahora el cielo se estremece.

Ella siguió con sus juegos de vanidades. Se puso el tanga, las medias y las ligas, con tanto arte y maestría, que él pensó en desplomarme y morirme en el acto. 

Se cubrió con su vestido preferido, el de tirantes de seda blanca, Se calzó con los zapatos de tacones finos, del color del carmín de los labios. Mientras él la seguía con los ojos chispeantes. Le di un beso, dos, tres o cuatro, a unos bonitos labios.

— ¿Qué son estas luces deslumbrantes? 

— Son las primeras luces del día que entran por los ventanales, para darte los buenos días, que eres la flor más hermosa que el sol habrá visto cuando salgas a la calle. 

Sonrió con gracia, le abrazó con delirio, y le dio otro beso, esta vez, de mil con queso. 

Mientras se dirigía a la puerta con andares de fina dama. Se giró de repente y volvió a preguntar, esta vez, asustada.

—¡Por Dios, Ramón! ¿De dónde vienen estos golpe? Que me asustan con tanto atropello. Este sonido no es de este mundo.

—¡De mi corazón! Que esto, no hay quien lo pare.

¡Amada mía! Que cada vez que te marchas, mi corazón, se pone a trotar como un caballo desbocado. Cualquier día me moriré cuando salgas por la puerta, por el miedo que tengo de perderte. Tú vas y vuelves, y no me echas ni cuenta, y yo aquí me quedo esperando, como un tonto, a que regreses. ¡¡¡Y eso me mata!!! Que lo sepas. Que no voy a parar, hasta hacerte mía para siempre. Que lo sepas. Y si fuera necesario, me enfrentaré con tu padre o con tu madre. O, los dos a la vez. Qué miedo no me hacen. Porque, lo único que pido es que me entreguen lo más quiero.

—Cariño, no sé qué más quieres; yo a ti te tengo y tú me tienes a mí. Venga tonto, dame un beso, que ahora no llueve y llego tarde a casa, y no querrás que me riñan. Vamos a darle tiempo al tiempo.

Salió del apartamento sin mediar más palabra. Tenía prisa, no tenía más tiempo para regalar a su amado y darle consuelo. Así es ella. Su bella damisela…

Abrió el ventanal, de par en par, para airear la habitación, para que saliera el olor de su perfume embriagador. Al mirar la calle y verla andar con aquellos andares tan peculiares, gritó su nombre y Rita se dio la media vuelta para mirarle.

— ¡Rita, Rita! ¡Vuelve cuando quieras, que aquí te estaré esperando! ¡Te quiero, te quiero, te quieroooo!

Ella, con un guiño y una leve sonrisa, continuó andando. De repente se giró y gritó al cielo, con los brazos abiertos. 

— ¡Te amoooooo!  
 


Juanjo Cardona. 


Colección: YO, POETA. TE ACEPTO COMO MUSA

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