lunes, 20 de septiembre de 2010

MEDITERRÁNEO

Luz penetrante,
mar en calma,
gente desenfadada,
rincones del Mediterráneo,
donde la paz se siente
entre las sombras de los pinos,
dentro de los bares,
o en charlas de pescadores,
curtidos desde su infancia
sobre las aguas.

Sol asesino
de payeses labrando
bajo su pesada carga,
quemando su piel,
por la tradición de sembrar
en la tierra de sus antepasados.

Campos de blancura de nieve,
en valles de almendros floridos,
compañeros de iglesias centenarias,
que avisan a los campesinos al mediodía
para refrescar sus gargantas polvorientas.

Trajes tradicionales,
bailes antiguos,
cánticos que han ido
paseando por generaciones,
al igual que han heredado el arado.

Casas blancas cubiertas por
mil pintadas de cal viva.
Gallos madrugadores,
que avisan al pueblo de
que ha roto el alba.
Mujeres cubiertas por mil ropas,
para tapar su piel blanca e inmaculada.

Refugio de calma,
de meditación
o simplemente de nada.
Contemplar un paisaje,
respirar el aire dulce y suave,
dejar que la brisa del mar
deje en las mejillas
el olor a sal salvaje.

Pozo de tradiciones,
de costumbres que no mueren
porque forman parte
de la vida de sus gentes.
Atardeceres que llenan el alma
de un esplendoroso sosiego.

En verano,
la luz del Mediterráneo
es fuerte al mediodía,
en invierno tenue,
y en primavera se convierte
en compañera de viejos
que pasean bajo su cálido manto.
Colección paisajes de mujer

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