jueves, 25 de noviembre de 2010

AL VINO TINTO DE MI AMIGO

Hoy, amigo, quiero confesarte que tengo nostalgia
de aquellas noches de charlas, de amigos y vino.
Sí, nostalgia de la mesa y las sillas de tu terraza,
que mira al cielo azul, a la luna clara y al mar Mediterráneo.
    
Quiero escribir, hoy y ahora, que es invierno,
a las noches calurosas de agosto.
Aquellas noches largas de tertulia,
siempre acompañados por una botella de vino,
razón indiscutible para que en el horizonte
se nos cuele el alba. 

Que cosa más extraña que al cobijo de un tinto
del color del alma, en plena ebullición,
nos destierre el silencio de la noche encantada,
e inunde de palabras hasta el monte más cercano.

¡Amigo, ese tinto! Ese tinto nos arranca las penas
de lo más hondo de nuestro ser a carcajadas
y de los más dulces gozos nos arranca las lágrimas.
Qué extraña poción tendrá este vino bebido en tu casa,
que en la soledad de mi terraza, aunque apure la última gota,
 lo único que gano es una lastimosa resaca.

Qué tendrá el vino que nos das, que nos une
y, uno a uno, va dejando en el invite, el alma,
aunque luego, ya de madrugada no atinemos
y más que palabras, entrelacemos algún murmullo.

Supongo, amigo, que tu vino no tiene secretos
que son caldos cultivados para tomar,
que son cepas criadas por el hombre,
que son cultivadas con amor y dulzura
y guardado en barrica largo tiempo en la oscuridad.

No pongo en duda el proceso de este caldo celestial,
que sin duda es un proceso natural hasta llegar a la garganta.
Y es justo en este momento, cuando yo debato contigo:

¿Por qué necesito para beber este vino tinto a mis amigos,
a la mesa y a las sillas de tu terraza que mira al cielo azul,
a la luna clara y al mar Mediterráneo?

 Colección, Hablemos de ti

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