Me creía liberado de su influjo sobre mi mente
y que el tiempo se había encargado
de esparcir las cenizas del olvido,
desde aquel mismo instante que salió
volando como paloma emigrante.
No, fue fácil. No, no lo fue,
vivir sin entender jamás
por qué la perdí y me abandonó
en el más absoluto de los silencios.
Me encerré en mi propia cárcel de cristal.
Y empecé sin pausa alguna,
con todo el dolor de mi mundo,
a destruir uno a uno
cada sentimiento de mi corazón,
cada imagen grabada en mi mente,
cada recuerdo que surgirá en mi cabeza.
Enterré en el olvido, caricias, besos,
promesas, y sin remedio, tuve que enterrar
al más bello de todos mis pensamientos:
el de su cuerpo. ¡Oh Dios, su cuerpo!
Olvidé aquello que me hacía mas débil,
e intenté volver a vivir mi vida sin ella.
Salí de mi exilio convencido
de volver a ser un hombre nuevo.
¡Craso error el mío!
Aquel día, aquel maldito día...
en el mismo instante que pisé la calle,
al primer contacto con del viento,
creí oler el aroma de su perfume. ¡Maldición!
Se volvió a encender el volcán de mi memoria
y ahí está ella, de nuevo, seductora y buscona.
Y allí permanece de nuevo sonriente,
Colección, Hablemos de ti
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