Me piden que me esconda, que me quede en
casa. Que no corra ni salte, que me siente o me tumbe en el sofá o en la cama, pero que
no salga a la calle. Todos me hacen recomendaciones y me miran de reojo como si
fuera un extraterrestre. Me repiten que lea, que piense,
que me reconozca por dentro, pero sobre todo... que no me muera.
Esto días de
confinamiento todos mandan y deciden sobre mi vida. Pero haga lo
que haga nada parece ser del agrado de los vecinos, ni de mis familiares ni de los que telefonean de otros lado del planeta y preguntan que si estoy
encerrado a cal y canto y, me aconsejan que me esconda dentro del armario, que no respire
y que sobre todo no me tire al vicio... de beber vino.
Que
miedo me dan tantos consejos gratuitos. Me entra el temor que mis poemas contagien
a quien las lea y escribo a escondidas y desinfecto las letras con lejía. Cuando
me asomo, veo a los vecinos que gritan a los que deambulan por la calle. - ¡Vuelve a tu casa, mal nacido! que serás el culpable de matar al mundo
entero!
Y es entonces cuando me asusto de verdad y me escondo, porque ya no sé si seré
yo el culpable de este desastre. Pero insisten e insisten en que no
salga y que me quede en casa. Pero luego veo que ellos van y bienes según sus
intereses y es entones cuando tengo un miedo atroz de contagiarme, porque debo de ser el único mortal que se queda en
casa, mientra los demás acampan a sus anchas.
Colección: CRÓNICAS DEL CORONAVIRUS Y LA MADRE QUE LO PARIÓ.
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