¡Ay, amada! ¿No seré yo, un loco solitario que por vuestros devaneos ando obsesionado? ¿Y al ver tanta hermosura pasar por delante de mis ojos, rompo a llorar por no gozar de tan valioso tesoro? Hay en esta estancia tal colorido de flores que me confunden los mil olores con las que vos cautiváis mis débiles valores.
Hoy seré un alma errante, que deambula fustigando tan dolorosa pena de amar sin ser correspondido y dejo en vuestros designios el mayor de los castigos. Atadme de pies y manos al cabezal de vuestra cama y haced de mi lo que os plazca, que sea cual sea el martirio que me corresponda, soportaré mi indigno destino.
Flagelad mis manos con tiernas caricias, embadurnad vuestra espesa saliva sobre mi piel curtida, morded mis labios con pringosos besos. Rasgad mis duros glúteos con vuestras uñas afiladas y haced sufrir mi corazón desmenuzado, buscando el desatino de mi entrepierna. Navegad por las olas de mis lágrimas derramadas, volad por los vientos de mis desbocados suspiros y alejaros de los mares y ríos de deseo con los que yo os conjuro.
¿Qué poder tenéis sobre mi mente, que no consigo venceros en ninguna de mis enojos? ¿Qué poder tenéis sobre mi débil alma, que cuando aceleráis vuestra pasión desatada por mi desventurado vientre, corre por mi exaltado cuerpo un fuego que me quema las entrañas?
¿¡Qué malvada sonrisa me dedicáis desde vuestro fastuoso altar!? ¿Qué desmesurada luz ilumina estos ojos diabólicos? ¿Y qué vientos hielan vuestra desdichada alma?
¡Ay, amada, despojadme de lo poco que me queda! Qué mi honor olvidé cuando salí esta mañana de mi casa, para ir a vuestro encuentro. Y ahora desatadme y cubrid con trapos mis miserias, que no son pocas, las que con vuestro embrujo habéis logrado sonsacarme.
Id con Dios, amor tirano. Y dejad que yo vaya en paz conmigo mismo, con la cabeza alta y el rabo entre las piernas. Que si quisiera mi orgullo canalla volviere yo mañana, bella dama, a llamaros de nuevo a vuestra puerta, sin vergüenza alguna.
Colección: POEMAS DE TERRONES DE AZÚCAR BLANCO.
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