¡Ay, amor, te he dado
cada gota de mi sangre,
y tú, reina de la nada,
luces orgullosa tus encantos,
entre piedras de bisutería
y corona de hojalata!
Ya no tengo nada que ofrecerte,
y así desfallece, día a día, el amor
de quien te dió la mano.
Tú, a cambio, ahora que ya no me quieres,
me ofreces la otra mejilla;
la ruín, la egoista, la altiva...
Pero, cuando otro día,
vuelvas a porrear mi puerta,
me encontrarás tumbado
en mi choza de olvido,
entre notas rotas escritas
por este desdichado poeta.
Si un día volvieras, no dudaría
en darte cobijo a la vera de mi hoguera
y te contaría historias de amor,
que, como la nuestra,
murieron por tener una alma enfermiza.
Colección A quién no le guste la poesía,
que arranque la primera letra.
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