Por haber bebido en el mismo deseo,
pensaba que había comido
hasta el último trago de placer.
Conocí en forma de hermosas damas,
a princesas, cenicientas
y a otras con menos suerte.
Corrí por el mundo,
forjando en mi persona,
la marca inequívoca del hombre
que a su paso, hace que
se marchiten las amapolas.
¡Cuán equivocado estaba
conviviendo con mi ego solitario!
Bastó una sola mirada
de tus hermosos luceros,
unas notas de tu voz melodiosa,
un roce de tu cuerpo encantado,
para darme cuenta de lo vacío
que tenía mi corazón abandonado.
Desde aquel momento,
te juré amor eterno,
y mi vida vivió.
A partir de aquel momento,
todo lo mío fue tuyo,
y todos los placeres de antaño,
desde aquel instante,
ya no me pertenecieron.
Colección Hundido en mi colchón
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