SI HAY QUE MORIR, QUE SEA DE AMOR Y NO DE PENA.
Volvieron los ríos a los mares, las olas a la playa, la lluvia y la tormenta se enredaron con los truenos y los relámpagos. Los besos se volvieron de miel y las caricias aumentaban el valor de las yemas. El fuego enrojeció el hierro y la lluvia se llevó las cenizas.
El amor había vencido a la naturaleza y el silencio fluyó en el espacio. Quedamos entrelazados como las raíces de los árboles centenarios y los aullidos de dos vampiros volaron sobre las callejuelas de mi pueblo.
Nuestra felicidad en aquel instante era completa, porque ningun pájaro había conseguido volar tan alto.
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