Nunca olvidé que sus manos recorrieron los surcos de mi piel sembrando plantas enmarañadas, dejando su huella marcada sobre mi pecho oliendo a lavanda.
Regó con agua bendita uno a uno cada pétalo y lamiéndolas con saliva abonó cada pedacito de cuerpo labrado con sus yemas. La miel de su boca se encargó de endulzar el olor de cada flor y llegaron a florecer hasta en los rincones más inhóspitos en donde escasea la luz del sol.
De tal manera llegaron sus caricias y besos a cuidar el jardín de mi vida, en donde el amor hizo crecer en el corazón las más bellas rosas negras.
Colección: POEMAS DE TERRONES DE AZÚCAR BLANCO.
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