Aquel dia, mientras las calles seguían mojadas, aunque en los cristales ya no golpeaban las frías gotas de lluvia, el pueblo iba despertando perezoso a la luz del nuevo día. Llegó el alba y nos pilló jugando entre sábanas y almohadas. Llegó el alba, con luces de esmeralda. Llegó el alba, iluminando su hermosa cara.
Se levantó de la cama, altiva y solemne. Se puso su ropa interior, de puntilla y encajes. Se ajustó la blusa y se abrucho la falda. Tras una noche de tormenta y de amor, mi ángel, volvió a recuperar su porte y sus alas blancas.